CARTA DE UN JOVEN SANMARTINIANO

Estimado Condiscípulo:
Cada sanmartiniano tiene su propio Colegio San Martín, en la mente y en el corazón. ¿Cuál es el tuyo? El mío está en un imborrable lugar de una distancia marcada por 50 años, cuando ingresé a sus aulas en 1948 para estudiar el 6to grado de primaria. Como puedes ver, esto sucedió hace nada menos que...¡medio siglo!
Entonces, Pisco, -con una activísima idea en torno a su viejo muelle- el puerto y sus alrededores, su valle y su mar, eran muy distintos a como son hoy. No voy a contarte –pues sería demasiado largo- como era el Pisco de aquel tiempo. Pero si puedo decirte algo sobre nuestro Colegio. Vivía yo en la Playa en Demetrio Miranda, a pocos metros del Malecón, y cuando terminaba de recorrer esa larga calle, unas casitas de manera y un astillero anclado a la orilla del mar, ante mi surgía un morro con la cruz de los caminos al lado izquierdo de la carretera a San Andrés, no a la derecha, como está ahora y cruzando un agreste territorio de piedras y filosos yerbajo, sobresalía hermoso, con la gallardía de un monumento, el blanquísimo y moderno edificio de nuestro Colegio. 

Cada mañana, yo disfrutaba en secreto en lo más íntimo del corazón, es imagen que aún sigue estremeciéndome a pesar de los años. Pero, con el tiempo comprendí después que mi Colegio San Martín, no fue sólo la silueta altiva entre el verdor de las chacras como una especie de santuario escoltado de palmeras. Fueron sobre todo mis maestros, mis compañeros, las inquietudes vividas en sus aulas, la vida intensa compartida revelándome sus misterios. 

Recuerdo con auténtico cariño a todos y cada uno de mis profesores, directores y persona auxiliar y administrativo. Recuerdo con gratitud a los auténticos maestros que a lo largo de los años de estudios, en el ambiente de un pueblos chico y de poco alumnado, llegaban a conocer a fondo a cada uno de sus discípulos, a comprenderlos, a ayudarlos, a ser grandes amigos de ellos. En los diversos retos que después me ha planteado la vida, en las tramas de mil vicisitudes, cuántas veces he deseado abrazar a los maestros sanmartinianos que se transformaron, rescatando en ellos los consejos impartidos bajo el lema “SE ESTUDIA PARA LA VIDA, NO PARA LOS EXÁMENES”, y darles una vez más las gracias. 

He comprendido, entonces, por qué el colegio San Martín marco tanto mi existencia. Imagino que algo parecido debe suceder con mis compañeros, a muchos de los cuales no he tenido la dicha de volver a estrechar, pero a quienes recuerdo con el cariño y afecto de la verdadera fraternidad. Al cabo de medio siglo, todo es distinto. 

Ayer, por ejemplo, éramos apenas unos 300; hoy ustedes suman varios miles. Todo el alumnado de mi tiempo, cabía en el Salón de Actos... y hasta quedaba espacio. El edificio era más chico, pues no tenía las ampliaciones que ahora tiene. Pero, sobraban salones vacíos y la gente decía “¡Para qué han hecho un colegio tan grande!” Íbamos a clase en las mañanas y en las tardes, de lunes a sábado. Escribíamos con una plumilla de metal que a cada rato mojábamos en el tintero. Y en nuestras casas muchos no teníamos luz eléctrica; de noche, escribíamos y estudiábamos con la lumbre de un lamparín a Kerosene o con velas. No conocíamos el bolígrafo ni el vinifán ni los plumones a colores, ni el fotocopiado, ni las calculadoras electrónicas de bolsillo, ni la televisión, ni el cable, ni el fax, ni la via satélite, ni el videófono, ni las computadores, ni el internet ni los juegos de videos. Tampoco habíamos presenciado los vuelos espaciales, ni la llegada del hombre a la luna, ni contábamos con el milagroso auxilio de la vacuna contra la polio, de los antibióticos, de los transplantes de órganos y la viruela –que causaba estragos- aún no había sido desterrada del planeta.

 SÍ. Entre una niñez y una adolescencia que no había alcanzado los beneficios y las ventajas de tantas conquistas del conocimiento humano, y otra juventud que sí los tiene en sus manos, el mundo es indudablemente de por sí diferente. 

Lo que no debería de ser diferente es el espíritu y la razón de ser de nuestro Colegio: la fe y el amor de quienes –ayer y hoy- nos formamos en él. No deben ser distintos los celosos cuidados que cada uno de los que toman la posta en sus aulas y en sus patios, le prodiguen para que siga siendo útil a nuevas generaciones. Porque la misma carpeta que hoy ocupas, será la carpeta de otro sanmartiniano cuando te vayas. La misma pizarra, servirá a otros. Y las instalaciones, aún cuando no son eternas, deben alargar su duración para que otros la disfruten. Así, de aquí a otro medio siglo, también habrán de sentir la misma alegría de quienes pasamos por nuestro Colegio, cuidándolo y reservándolo para ti. Y en nuevo balance de fantásticas y abismales diferencias, con todo derecho podrás pedir lo mismo a otros sanmartinianos. 

Como ves, el mundo es distinto. Y en él, los retos son otros para los jóvenes del Colegio San Martín. Pero, no son ni más grandes ni más pequeños que aquellos que los jóvenes de mi tiempo a su vez afrontaron. Simplemente son retos. Cada generación tiene los suyos. A ti te corresponde asumir con entereza y valentía los que se te presenten. Y cuando lo hagas, piensa en la imagen y el honor de tu Colegio. En tus maestros. En tus compañeros de aula. Y por todos ellos, pon tu fe. 

Piensa que eres sanmartiniano. ¡Tú eres nuestro orgullo!

 Afectuosamente, 

Alberto Hidalgo Diciembre, 1997

2 comentarios:

  1. Mi queria y estima profesora de matematica jejeje saludos
    Cesar Perez Franco

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  2. Mande muchos comentarios pero ninguno se publico, es mas envie un mail, pero nada.... me parece que no estann siendo cargados.... verificar.

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