PARA CARLITA
Constantino Carvallo Rey
Diario Educar: "Tribulaciones de un maestro desarmado"
He visto la pureza de su personalidad, el niño con síndrome de Down o el autista, o muchos otros para los que el diagnóstico no ha inventado aún una etiqueta, se han salvado del fingimiento y la máscara, de la mentira que hemos aprendido los demás a usar para sobrevivir bajo la mirada ajena. No aparentan, no ocultan sus corazón. Muchos de esos niños nos educan en la sinceridad y la transparencia perdidas. Son ejemplos de la espontaneidad del amor, de al explosión impetuosa de los afectos, exhiben sus pasiones desprejuiciadamente.
Ese contacto con su bondad nos ennoblece, nos humaniza, rompe nuestra rigidez y no solo nos enseñaza el valor de la solidaridad y la ayuda mutua, sino que además atenúa nuestro temor a ser como ellos o tener hijos como ellos. Porque moralmente son mejores que nosotros, los que los clasificamos, separamos y olvidamos. Siguen siendo niños cuando nosotros hemos envejecido prematuramente.
Se trata de una normalidad que en el Perú da lástima, más parecida a la indiferencia y a la crueldad. Es difícil llegar una escuela una mañana gris y no ser liberado de la carga miserable por el abrazo impensado de un niño que no ha aprendido a separar sus motivos de sus gestos, que no ha aprendido un abismo entre lo que quiere y lo que dice, entre su corazón y sus actos, que no calcula ni recela. Ellos pueden darle a la escuela y a la patria la esperanza y el valor moral que hacen falta. Ellos, los excluidos, los pobres de los pobres, forjan en nosotros esa condición necesaria para construir un lugar justo y fraterno para todos, una virtud esencialmente humana que proviene de poseer lo que el apóstol Pablo llamaba “entrañas misericordiosas”.